Los conflictos y el gobierno, nada mas cercano.
por Carlos Madera Murgui #
Acontecimientos de muy diversa naturaleza y causalidad , han contribuido, en su insólita simultaneidad, a configurar un clima político visiblemente enrarecido, obviamente producto del descontento y de lo sufrido por el conjunto de los asalariados en especial, lo más afectados, pero por la sociedad toda. Resulta complejo establecer un cuadro del conjunto de la situación. Sin embargo, sin ese cuadro no hay análisis político. Claro que construirlo no equivale a enlazar arbitrariamente los acontecimientos ni mucho menos, recurrir a ese remedio mágico contra la complejidad de lo político que son las teorías conspirativas, que no solo estos gobernantes esgrimen ahora, en la intención de aparecer originales. Estas hipótesis, que siempre presuponen algún actor unitario y omnipotente que mueve los hilos de la conspiración universal, han fabricado poderosos anticuerpos en el mundo intelectual y periodístico; tienen una bien ganada mala fama. Ahora bien, sucede a veces que el rechazo del atajo conspirativo va aparejado con la renuncia a un análisis político de conjunto, a un intento por establecer una trama analítica de los acontecimientos.
Está de moda hoy llamar “relato” a esa
trama orgánica en la que se inscriben los hechos particulares y de la cual
estos hechos toman su sentido social y político. Cada uno de los actores
sociales protagónicos de las situaciones particulares tiene su propio relato.
Los sin empleo por haber sido despedidos, tienen su turno de atención algunos
días, hay también planes de lucha de sectores sindicales que esgrimen reclamos
justos y razonables, como lo son también las quejas de múltiples y heterogéneos
conglomerados sociales que consideran que sus demandas no son
satisfactoriamente atendidas
Si la escena política se ha enrarecido
no es, entonces, por la mera suma de episodios particulares de innegable
impacto social. Lo que le da a la escena el nivel actual de dramatismo es la
existencia de un problema principal, el del poder político en el país. Por si
hace falta aclararlo más aún: no se habla acá de una intención unánime y
deliberadamente desestabilizadora de los protagonistas de cada escena parcial;
cada una de ellas tiene razones y tiene causas. De lo que se trata es de la
capacidad que tiene la lucha por el poder de capturar las racionalidades
particulares y absorberlas en una lógica común, en una lógica, justamente, de
poder.
La derecha hizo su diagnóstico a la
salida de las elecciones . Dijo que el futuro era, o bien una “transición”
ordenada (y obviamente acordada con los poderes fácticos) o el caos. De ahí en
más no hace falta teoría conspirativa alguna para explicar las crecientes
tensiones políticas .La falta de inversión de las empresas concesionarias de
los servicios, la subsistencia de fuertes bolsones de pobreza y marginación–
son preguntas sobre nuestra situación política y social que no admiten
respuestas autocomplacientes. El país está en un punto de su historia que no es
el del prólogo al gigantesco derrumbe de fines de 2001 ni es el de la
superación plena del orden que produjo aquel colapso y la consolidación
definitiva de un rumbo diferente de desarrollo. Más aún: muchas de las
políticas concebidas como reparación de los males sociales más agudos y
urgentes generaron nuevos problemas y nuevas contradicciones, aunque ese noble
origen de los problemas no exima de la obligación de asumirlos y superarlos. Un
país que pasó por las circunstancias terribles, y no del todo superadas, de una
crisis orgánica que amenazó hasta su viabilidad como comunidad política, no
puede no estar atravesado por estos polvorines sociales. En este país se
desmanteló la industria, se condenó a millones al desempleo y a la marginación,
se entregó el patrimonio nacional casi totalmente, se destruyeron los
ferrocarriles, se regaló la aerolínea de bandera. Y, ante todo, especialmente a
partir de la última dictadura, se debilitaron extraordinariamente la cultura de
la ley, el respeto de lo público y la idea de justicia. Estado terrorista y
privatización neoliberal como portadores de la misma sustancia antiestatal y
antipolítica. Alrededor del Estado, de su capacidad para regular al mercado, de
su efectivo poder de decisión, de su capacidad para proveer orden en un
contexto de respeto por los derechos individuales y sociales y con un sentido
de justicia social, gira el conflicto político central en Argentina. Más que
nunca la consolidación del Estado soberano se juega en el terreno del consenso
social y la arena de disputa es la cultura política de los argentinos.
Claramente la idea articuladora de los
conflictos que sostiene la derecha no es de índole “positiva”, es decir, no es
una plataforma política desde la cual se proponga una nueva forma de
convivencia social entre los argentinos. Los conflictos se articulan en su
“negatividad”; su fuerza, en las versiones más duras y audaces, es la de
converger en un dispositivo que pueda generar una situación de absoluta
ingobernabilidad. La calle es el punto más sensible de éste y de cualquier otro
gobierno: ahí es donde se juega la capacidad de ejercer el orden con el mínimo
posible de violencia legal. En la calle están los cuerpos y está siempre
latente la violencia. Por eso puede hablarse de estos acontecimientos como
inscriptos en una estrategia de lucha por el poder. Dejan de ser lo que son como conflictos
particulares para convertirse en escenas de lucha por el poder. Los hechos no
son los hechos: son la inflación, la inseguridad, la corrupción, la ineficacia
gubernamental, todos ellos conceptos que no pueden ser discutidos ni
problematizados, son presentados como “relato” habilitante de la provocación
desestabilizadora.
Un debate más abierto
y más rico puede contribuir a esa diferenciación y hacer más difícil la alianza
de hecho entre sectores que dicen defender proyectos de país inconciliables
entre sí.
# Conductor "Dorrego Despierta" de lunes a viernes de 7 a 9 por LaDorregoAm1470
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