"...la anarquización del inconveniente.."
por Carlos Madera Murgui #
La gran mayoría de los argentinos –los
casi 30 millones que no vivimos en la CABA y conurbano– solemos escuchar a los
dirigentes (de todos los sectores, frentes y partidos) hablar de, y referirse
a, “la Argentina” cuando en realidad hablan de la capital de la república o de
algún barrio.
Esta apropiación generalizante y con
pretensión representativista del gentilicio nacional es un asunto siempre
negado o minimizado, y es presumible que llevará tiempo y esfuerzo, casi
educativo, corregir. Pero mencionarlo es un modo de revelar el problema, que
tiene que ver con nuestra vida y se expresa ahora mismo, cuando el desastre
ambiental que padece el país deviene drama para esos 30 millones.
Y es que cuando las cada vez más
furiosas lluvias y tormentas cuasi tropicales hacen estragos en toda la
históricamente llamada pampa húmeda, y apacibles campos y ciudades se inundan
por meses y dejan consecuencias socioeconómicas devastadoras, es necio no
reconocer que esa realidad está vinculada a la apropiación y manipulación del
gentilicio nacional. Porque es la gallina de los huevos de oro lo que está
muriendo, y eso, que es catastrófico para todos los argentinos, sigue en manos
de corporaciones y terratenientes que en las capitales hablan del “campo” y de
la Argentina como si fuera igual para todos.
En las provincias de Santa Fe, Córdoba
y Buenos Aires hay estudios que demuestran, por ejemplo, que las napas
freáticas que históricamente estaban a un promedio de 10 metros bajo la
superficie, ahora están a entre uno y dos metros promedio. Y subiendo temporada
tras temporada.
Los regímenes de lluvias y tormentas
han cambiado dramáticamente frente a pasividades bien argentinas llamadas
imprevisión, cero mantenimiento, modificaciones estúpidas como “ganarles
terreno” a los ríos, y fundamental y principalmente la deforestación. Sobre
todo este último factor, según especialistas, por la sencilla razón de que
donde hay árboles y plantas el ecosistema equilibra el consumo sano de agua. Y
donde no los hay sucede lo contrario: o se desertifica o por efecto palangana
el agua se junta y produce inundaciones.
Mientras le echan la culpa a fenómenos
como “El Niño” y al Océano Pacífico, las consecuencias están a la vista y son
tremendas: en el último año comunidades pujantes como Rafaela, La Carlota o
Pergamino –por citar ejemplos de las tres provincias históricamente graníferas–
han sufrido inundaciones y daños sin remedio inmediato. Cuadros similares se
repiten en cientos de pueblos y ciudades de Santiago del Estero, Chaco,
Corrientes, Entre Ríos. Casi medio país (el 90 por ciento del agropecuariamente
más productivo) está hoy en emergencia y, lo que es peor, sin perspectivas de
cambio, sin planes ambientales de recuperación y para colmo en manos de
desinteresados mega empresarios agrarios. También nuestros aires se nutren de
esos peligros, la cuestión no es tan generalizada, pero los problemas, por lo
que cuentan, son cada vez más frecuentes y la previsión que siempre tiene que
organizar el Estado no se nota, sí la preocupación de quien lo sufre, y de allí
el salvese quien pueda y la anarquización del inconveniente.
La causa de todo esto es variada, añosa
y compleja, pero tiene un responsable principal que en las últimas dos décadas
ha producido el más grande daño ambiental padecido jamás por nuestro país: el
cultivo desenfrenado e irracional de la soja. Grano que engorda resultados
económicos y también recaudatorios y que, desde la Sociedad Rural y otros grupos,
tampoco se dan cuenta de que están escupiendo su propio asado; tragedia que alcanza a la pequeña y mediana
burguesía agraria entregada a sus dictados por sumisión o ignorancia.
La Argentina está en emergencia
gravísima en materia de tierras, de aguas, del llamado “campo” y de la
supervivencia como nación. La ceguera contumaz de las dirigencias –de todos los
sectores y de antes y de ahora, sigue sin atender, ni entender, la cuestión
central de un país cuyo inmenso territorio e histórica riqueza potencial está
en punto de desastre.
No hay otro camino que el que ningún sector político se atreve siquiera a mencionar: el indispensable, urgente y definitivo freno al maltrato de la tierra por parte de los propios terratenientes y de sus organizaciones gremiales por un lado, y por el otro la aplicación de una política impositiva fuerte que grave y organice sistemas de producción que antepongan los intereses de la nación a los de las corporaciones de exportadores. Esto es, un nuevo modelo productivo que respete y proteja a las unidades agrarias según su tamaño y su capacidad de producir alimentos tanto para el consumo interno como para la exportación.
Quizá estemos a tiempo todavía para
recuperar el territorio con que la pródiga naturaleza privilegió a este país.
Pero seguro no será posible sin una política agropecuaria estratégica y con
sentido nacional, planificación seria y acuerdos que razonadamente organicen la
producción, el consumo y las exportaciones. Suele decir Pedro Peretti, ex
dirigente de la FAA e indudable referente agropecuario “No se puede gobernar sin una política
agropecuaria propia, dejando que las grandes corporaciones y los
megaproductores la ejecuten a su antojo en nombre del mercado”.
# Conductor "Dorrego Despierta" de lunes a viernes de 7 a 9 por Ladorrego Am1470
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