jueves, 23 de marzo de 2017

EDITORIAL 24 de marzo


Genocidio, a 41 años del horror

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El proceso político seguido en Argentina desde el año 2003 en relación con las políticas de memoria y el tratamiento del pasado reciente,  tiene que ver con la derogación de las leyes de impunidad, con la reanudación de los juicios contra los responsables del terrorismo de Estado, la recuperación de los niños apropiados, el dictado de diversas leyes reparatorias y las políticas referidas a los sitios de memoria. Podríamos enumerar otras medidas importantes, como las dirigidas hacia las fuerzas armadas, tratando de modificar los planes de estudio e instalar el tema de los derechos humanos. Para sintetizar, digamos que esta política tiene tres ejes, que son Verdad, Justicia y Memoria. Y esto no es tan simple, necesariamente, como parece.
¿Qué quiero decir con esto? ¿Cómo explicar la singularidad del caso argentino? ¿Qué significa, por ejemplo, decir que trabajamos por la verdad? Porque hoy en el mundo es muy difícil encontrar un consenso acerca de una definición de la verdad. Por ejemplo, hay quienes plantean la cuestión como una lucha entre diferentes discursos, por imponer su verdad. Entonces ya la verdad no es una sola, y además la verdad tendría que ver con el poder.
Por otro lado, si pensamos la verdad en relación con la historia, el consenso es mucho menor todavía. Ustedes saben que también se enfatiza mucho últimamente que la historia es necesariamente una narración. Entonces, aunque no podamos caer en el negacionismo de los hechos, si es una narración tiene también necesariamente mucho de ficción. Me parece que lo importante de este proceso que estamos viviendo en Argentina hoy es que hay temas que no hemos analizado demasiado todavía. En general, partimos de una recuperación, de una valoración positiva de lo que significó en Argentina la gran movilización popular, la gran lucha de los años 70. Pero es posible tener diferentes miradas acerca de eso.
Entonces, ¿por qué a pesar de todo esto que estoy diciendo seguimos diciendo nosotros “luchamos por la verdad”? Bueno, porque en Argentina hemos vivido una operación criminal de una magnitud inimaginable, y un operativo de ocultamiento de una significación tal vez similar. Entonces, aclarar lo que pasó, ver cuántos fueron los desaparecidos, los presos, los niños apropiados, cuáles fueron las políticas, quiénes fueron los cómplices, quiénes fueron los ejecutores, tiene necesariamente una importancia central. Sin hacerse cargo de esa verdad de lo ocurrido es muy difícil pensar en la construcción de un país democrático y más justo.
Si uno piensa la política en función de valores, en función por ejemplo del valor de la justicia, está claro que hay que avanzar en el camino de la verdad. ¿cuál es el precio que hay que pagar por defender a ultranza la verdad? Que, hoy en la Argentina, quiere decir también cuál es el precio que hay que pagar por llevar adelante la tarea de la justicia sin condicionamientos ni limitaciones.
Después de que el presidente Alfonsín impulsó el juicio a las juntas, acontecimiento importantísimo como iniciador de todo un proceso posterior, poco tiempo después vinieron los reclamos de los militares, la expectativa que suscitó la reacción del gobierno enfrentando ese levantamiento, el apoyo que le dio toda la sociedad y la tremenda decepción de esa opción por la impunidad fue un precio muy alto que tuvo que pagar y que se vio en buena medida deslegitimado y arrojado del gobierno casi un año antes de que venciera su mandato a pesar de esta concesión que había hecho al poder militar. Sin embargo, quienes todavía hoy defienden esa política dicen “se actuó responsablemente”.
A partir de 2003, el gobierno de Néstor Kirchner manifestó, ya en un inicio, su vocación por desandar este camino e impulsar la nulidad de las leyes y el inicio de los juicios.
Pero la acción de la justicia también fue y sigue siendo problemática. Entonces aparece gente que dice “¿Y hasta cuándo van a seguir los juicios? Porque está bien que haya juicios,  ¿vamos a seguir durante años, y entonces vamos a vivir permanentemente sobre ascuas?”. Yo creo que los que pueden vivir sobre ascuas son aquellos que todavía no han sido procesados y podrían, tal vez ahora no, razonablemente esperar que les tocara. Por otro lado, hay países europeos en los que 60 años después del término de la guerra seguía habiendo juicios.
Y ya que hablamos de la verdad antes, y de la justicia ahora, el caso argentino tuvo una singularidad, los juicios de la verdad, que fue una estrategia, como lo fueron también los juicios en el exterior, de reemplazo frente a la imposibilidad de llevar adelante los juicios en el país por la vigencia de las leyes de impunidad. Estos juicios tuvieron un efecto muy importante, asociaron la lucha del movimiento de los derechos humanos con el valor de la verdad. Además, la revelación de los crímenes en los juicios de la verdad fue también otro elemento que hizo más difícil el sostenimiento de las leyes de impunidad.
El tercero de los pilares de esta política es la memoria. Y si los otros dos eran problemáticos, la discusión sobre la memoria es más complicada todavía. En primer lugar, porque a lo largo de la historia, ha habido más propagandistas del olvido que de la memoria. Si uno piensa en quiénes se identificaron a rajatabla con la memoria, la verdad es que sólo aparece nítidamente la historia del pueblo judío, el pueblo del Libro. Entre los judíos se ponían sanciones que establecía el Talmud a quienes no recordaran. Esto puede resultar paradójico, porque desde hace tres décadas, se asiste en todo el mundo a un importante esfuerzo de memoria que marca también un giro significativo en el mundo de la cultura. No siempre está claro, sin embargo, el sentido que tiene para todos este trabajo de memoria. Se ha dicho que las iniciativas de memoria proliferan como compensación, en la medida que se ha perdido un proceso espontáneo de transmisión entre generaciones y se debilitan las ideas que sustentaron durante mucho tiempo la cultura y la política de la Modernidad: cuando el presente se estrecha ante las vertiginosas transformaciones técnicas, científicas y culturales, este retorno hacia el pasado tendría que ver con la pérdida de expectativas sobre el futuro. En ese contexto, muchos entienden que se recupera un pasado que se considera muerto, en la medida que las opciones políticas y culturales de ese mundo ya no son las nuestras. Sin embargo, este esfuerzo de Memoria no ha impedido que en la mayoría de los países latinoamericanos que padecieron dictaduras se haya limitado mucho el juzgamiento de los responsables, que en Sudáfrica se haya ofrecido el perdón a todos aquellos que declararan la verdad o que la tímida ley de Memoria Histórica española no haya logrado avances significativos. ¿En que se sustenta esta peculiaridad del caso argentino? Es necesario encontrar la explicación en las condiciones en que se dio la transición a la democracia y en los procesos políticos de cada país, porque no creemos que existan, en principio, pueblos virtuosos y otros que lo sean menos.
No creo que razonamientos de este tipo, si bien algunos los hacen, tengan vigencia en el caso argentino. Por otro lado, el caso argentino tiene también dos particularidades muy notables. La primera es que acá no hubo una transición pactada. Ustedes recuerden que el mismo general que era presidente durante la guerra de Malvinas, menos de un año antes dijo “las urnas están bien guardadas”. Muy distinta fue la situación en Brasil y Chile, con dictaduras que se prolongaron mucho en el tiempo y que pudieron pactar ciertos elementos que garantizaban su situación durante la transición.
El segundo elemento notable –y esto no es novedoso decirlo- es que aquí en Argentina se dieron situaciones, no sólo tan traumáticas, sino de vigencia tan continuada, que hacían mucho más difícil el olvido y la aceptación de la impunidad. Todos sabemos lo que implica la figura del desaparecido, la imposibilidad del duelo, y ni hablemos de lo que significa la figura de los niños apropiados, porque tenemos el ejemplo extraordinario de las Abuelas, que, siguen buscando a esos niños y los van a seguir buscando siempre. Porque es muy difícil imaginar que pueda aceptarse esa apropiación como una cosa que pasó. Por supuesto que lo que está ocurriendo hoy no se explica simplemente como consecuencia natural de estas situaciones. Tuvo que ver con una lucha del movimiento de derechos humanos, que es el dato más importante de toda una época argentina, y con una decisión política notable del presidente que asumió en 2003.
Estas políticas de memoria y las miradas sobre el pasado reciente, han pasado por dos etapas. A comienzos de la recuperación de la democracia, el relato dominante sobre el período dictatorial enfatizaba la responsabilidad de dos sectores que se habían enfrentado con las armas, equiparando, de algún modo, a la dictadura y a quienes la habían enfrentado, Esta versión, –conocida como la teoría de los dos demonios- permitió acusar a los jefes militares como ejecutores del terrorismo de estado, en un juicio que contribuyó significativamente en la toma de conciencia pública sobre los crímenes de la dictadura.  Pero esa política presentaba carencias muy serias  además y ubicaba al resto de la sociedad como mera espectadora del conflicto, desconociendo tanto el apoyo que en un primer momento un amplio sector dio a las organizaciones armadas como el rol activo de muchos sectores de la sociedad civil en la preparación y el apoyo al golpe militar.
Esta lectura del proceso dictatorial, que no profundizaba los conflictos sociales y políticos que la antecedieron, debía necesariamente jerarquizar la figura de la víctima, acompañando una tendencia que se ha vuelto dominante en muchos países que sufrieron masivas violaciones a los derechos humanos. La reacción de horror frente a la monstruosidad del proceder de la dictadura se acompañaba así del homenaje a quienes habían sido sus víctimas, pero este reconocimiento era parcial, puesto que se trataba de ciudadanos cuyo compromiso social y político no era conocido o se evitaba difundir. Esto también produjo como efecto un gran desatención acerca de lo que  había significado el proceso previo a la dictadura en la política argentina, sobre todo en los años 73 y 74, que fueron de una riqueza tremenda en cuanto al debate político, la movilización y el surgimiento de un proyecto emancipatorio.
A medida que se comprendió que el mejor conocimiento de los aciertos y errores de las organizaciones populares no podía ser utilizado para justificar el golpe militar ni para evitar la condena de sus responsables, comenzó a desarrollarse gradualmente una visión más rica de lo ocurrido en los años de plomo y al mismo tiempo se enriquecieron los trabajos de memoria. Los desaparecidos comenzaron a ser reivindicados en su individualidad, en su actuación en los distintos territorios y lugares de trabajo, reconociendo su actividad política, social y cultural.
Para contestar estos interrogantes, el arte y la cultura tienen un  rol central. Para alumbrar la tragedia desde las más diversas perspectivas, para un diálogo fecundo entre las artes, las letras, el pensamiento y la investigación, para encontrar los modos de interpelar al pasado que permitan a nuestro tiempo recuperar una expectativa de futuro, la tarea es apasionante y el desafío no es menor.

En esta perspectiva la tarea de memoria, tal como intentamos con criterio plural practicarla desde aquí,  no es sólo la recordación del horror de los crímenes ni el merecido homenaje a las víctimas. Hacemos memoria del genocidio porque queremos que el recuerdo  de esas prácticas aberrantes quede grabado en la conciencia de la sociedad argentina, impulsando la condena de éste y todos los genocidios –como el que se practicó con los pueblos originarios- pero hacemos también memoria de las luchas populares por otras buenas razones. Porque permite comprender mejor la naturaleza del conflicto sobre el que se instaló la dictadura y advertir, además, cuánto tienen de actual los ideales y aspiraciones de esos militantes que los golpistas desaparecieron y asesinaron.

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