sábado, 3 de agosto de 2013

COLUMNA DE GUSTAVO SALA

AUSENCIAS CONSENSUADAS ................................................................................................ La indudable ausencia de debate político en la que estamos inmersos no sólo es responsabilidad de los partidos y agrupaciones orgánicas, también lo es de la ciudadanía en su conjunto. Me quita el sueño la llamativa conformidad por la cual, como conjunto, solemos rendirnos ante los titulares, los slogans y los clichés. Y cuando digo ciudadanía hablo de la totalidad del colectivo, sin distinción de sospechosas y falsarias jerarquías. Me llama mucho la atención que en el marco de una coyuntura políticamente compleja continuemos simplificando nuestro pensamiento y nuestra verba a favor de un supuesto deber ser social que no siempre se encuentra aliado a los dilemas esenciales. Alguna vez mencionamos sobre lo poco edificante que significa para una sociedad no tolerar como posibilidad tangible al error. La cruel necesidad de colocarnos permanentemente como censores o inquisidores de sucesos, eventos de los cuales en la mayoría de los casos, desconocemos su letra, tanto la chica como la gruesa. A mi entender existe una marcada banalidad conceptual, cuestión que cruza horizontalmente a todas las temáticas. Esta adhesión a la banalidad exonera al pensamiento crítico dándole sustancia a aquella simplificación antes mencionada. El sujeto crítico, el verbo preciso y el predicado analítico han sido licenciados a favor del sujeto atractivo, el verbo impactante y el predicado conveniente. De modo que todo lo que se percibe como debate supuestamente fundacional resulta un simple conglomerado de operaciones extremadamente rudimentarias, combates literarios que finalizan su derrotero espirando de muerte natural. Los medios de comunicación colaboran de modo determinante para dicha lógica. Noam Chomsky afirmaba que un exceso de información desinforma; por lo cual me atrevo a considerar que un exceso de información banalizada no sólo desinforma también disminuye las defensas conceptuales “erratizando” el pensamiento. Por caso instalar la idea que una democracia con intención de incluir al Estado (ergo a todos) como protagonista de la economía se constituye per-se como una dictadura debido a que dicho sistema está en condiciones de atentar contra la propiedad privada. Cosa curiosa de aceptar como mal endémico y exclusivo si tenemos en cuenta que el propio capitalismo se reserva para sí exactamente el mismo formato. Las concentraciones corporativas, los holdings multiempresariales, los oligopolios, los monopolios, no hacen otra cosa que limitar la posibilidad para que el resto de los actores sociales participen activamente del sistema. Nunca se suele poner sobre la mesa de debate que el principal factor antidemocrático y limitante del sistema capitalista es el propio capital. No existe mayor dictador y mejor inquisidor social que el dinero. Quién lo tiene será propietario, quién no, que haga lo que pueda para sobrevivir. Si una política cambiara y financiera activada por el Estado beneficia la vida de 5 millones de personas y a la vez le limita ciertos beneficios a 500 mil, estos hablaran de dictadura, aquellos no. Si fuera a la inversa ocurriría lo mismo. La cuestión pasa por el grado de visibilidad mediática que tengan unos y otros. Nuestra historia está plagada de ejemplos convenientes y no es necesario ir a los textos tradicionales, con un poco de memoria alcanza. Cuando se habla de incluidos y excluidos nos deberíamos preguntar cuántos excluidos serían autorizados solidariamente por los incluidos, mediante un contrato democrático de convivencia, para gozar de sus mismas libertades individuales. Las cotas sociales son los reservorios naturales dentro del capitalismo. En definitiva y por formación uno elige libremente por cual sendero de la vida circular. Pero dejemos esto de lado y sigamos con el asunto. Noto que milita un llamativo consenso, sobre todo dentro del campo de la comunicación política, para suprimirle relieve a los dilemas. Deberíamos permitirnos sospechar de la llanura en la cual están embuidas las temáticas. Las disyuntivas pueden ser blancas, negras o grises, y estas últimas en distintas tonalidades, pero lo que no podemos aceptar livianamente, a mi entender, son los colores y a simple vista, cosa que se pretende instalar de manera taxativa. Se me ocurre que por lo menos nos debemos la obligación de esmerarnos por rasgar las superficies para saber cómo llegamos a esas coloraciones; es decir qué preexiste bajo lo que existe y a su vez intentar relacionar los fenómenos entendiendo que nada es totalmente autárquico dentro de una sociedad. La catarata de conflictos y eventos llamativos que se dispararon recientemente eran previsibles si tenemos en cuenta lo determinante del corto plazo. Estábamos todos avisados, vale. Ahora bien y pasados los primeros acomodamientos, ¿nos podemos conformar y a la vez justificar porque sabíamos qué “algo raro” iba a suceder? Esto es más o menos lo mismo que sabiendo sobre la llegada de un próximo cataclismo nada hacemos al respecto a modo de prevención. La ausencia de debate político y si se me permite de una mínima instrucción política, falta de ejercicio diría, ha nivelado la categoría de los antagonistas y no precisamente porque la oposición haya elevado sus talentos. El Gobierno Nacional luego del 55% obtenido en Octubre del 2011 ha dejado de entrenar políticamente, vacancia en la cual la oposición se maneja como pez en el agua, casi naturalmente me atrevo a decir. Bajar a sus infiernos no es otra cosa que incluirse dentro de uno de los círculos del Dante, es decir dentro de su propia y caracterizada vacuidad, llanura que sólo logra magra distinción cuando acompaña alguna operación mediática que las corporaciones laboran a favor de sus intereses puntuales. Lo dicho anteriormente para nada significa que el Gobierno no haya tomado decisiones importantes o no haya profundizado el proyecto. No es el sentido del presente relato. Me refiero exclusivamente al desarrollo de una política de inteligencia y de una política comunicacional en consonancia a las actuales tensiones existentes. Al Gobierno lo están operando coordinadamente en varios flancos por ausencia de política comunicacional propia. Y lo están operando dentro de algunas fuerzas de seguridad, dentro de los medios, dentro de la justicia, dentro del sindicalismo, dentro de su propia estructura partidaria; en este último caso a veces por ausencia de reflejos, en otros por manifiesta impericia y en otros casos por simple ambición personal. Queda claro entonces que dentro de la pobreza política triunfarán aquellos que son probos nadadores en dichas aguas, de modo que mal hace el Gobierno en vaciar sus contenidos militantes esenciales. Como bien mencionó Eduardo Aliverti en alguna oportunidad: nunca antes un oligopolio comunicacional puso todas sus fichas en manos de un solo vocero. Esto incluye producción y capital de toda clase y tenor. Todavía me cuesta entender cómo, desde la política comunicacional, no se pudo contrarrestarse tamaña operación propagandística sabiendo las debilidades intelectuales del protagonista y lo inconsistente de sus temáticas. Es probable que bajo encuestas y estudios propios el Gobierno Nacional se halla convencido de que la virulencia opositora, ciertamente desmadrada, insultante e inquisidora, tanto mediática como orgánica, le sigue dando enormes resultados a los ojos de su base militante. De no mediar un opositor con valía es probable que esto continúe por los carriles deseados. Pero bueno es destacar que un proceso de amesetamiento del debate político acelerará que figuras del arco antipolítico (empresarios, fetiches carilindos o mediáticos al servicio del poder real) se instalen como posibilidad concreta de recambio institucional. Esta sería, tal como aseveró el conductor de Marca de Radio, la peor de la derrotas luego de tan fatigoso y honroso cambio de paradigmas.

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