LA CRITICA
por
GUSTAVO MARCELO SALA
(colaboracion especial)
www.lasbalasdelcampanario.blogspot.com.ar
A casi tres años de la muerte del ex Presidente Néstor
Kirchner, todavía se transpira la convulsión emotiva que provocó su
desaparición física. Algunos potenciaron y liberaron sus amores, explosión e
implosión afectiva, contenida, continente; otros entendieron a partir de la
ausencia su enorme significado político y social; están los que multiplicaron
sus odios, alabando gratificados a mortales cardiopatías, y están aquellos que
todavía no percibieron o no desean percibir el desliz de haber omitido la
existencia de los rincones en donde moraban, invisibilizadas y en estado de
espera, sus mazas adherentes, sus pibes militantes.
“Y
aunque la muerte me das, ya me ganes o me pierdas sin saber que me recuerdas,
no sé si me olvidarás” glosaba el gran poeta cubano Nicolás Guillén en su
poemario El Son Entero; y en cierto modo, desde la contemporaneidad, la duda
nos cabe. La Política, en mayúsculas y como ciencia, le y nos dedicó una breve
existencia terrenal, escasa dentro del pragmatismo que sustenta la
temporalidad, eterna en cuanto a su carácter y significado histórico.
Néstor Kirchner supo abrir sin temores ni
complejos un sinfín de debates postergados, no sólo en el ámbito del mismo
Partido Justicialista, cosa que le provocó soportar traiciones y destratos,
sino dentro de una sociedad que poco se atrevía, hasta ese momento, a organizar
y tabular sus íntimas y arrinconadas miserias.
Al fijar el incuestionable concepto de
Dictadura Cívico Militar resume el arquetipo. Hasta la década pasada la idea de
los dos demonios, instalada por la Conadep en el primer informe Nunca Más,
había echado raíces profundas en el inconsciente colectivo determinando que un
par de bandas de desmadrados se disputaban la tenencia del país, mientras que
una mayoría silenciosa y civil era víctima de una obra de teatral por la cual
no había pagado la entrada. A partir de ese salvoconducto, la civilidad,
progresista y liberal, puso la tragedia colectiva en manos de militares y
guerrilleros, guardándose para sí sus propios correlatos y posicionamientos
ideológicos.
El siniestro rostro de la formal impunidad
develado por el coraje de Néstor Kirchner nos posibilitó visualizar, de modo
tangible, la connivencia extrema que existió entre los formadores de opinión
(base y sustento de la propaganda y el ocultamiento totalitario) las cúpulas
empresariales (como reaseguro de los negocios) con las fuerzas armadas
(responsables del orden establecido) para que todo funcione según las formas y
placeres de una mass media ilustrada que fijó un status de convenientes filones
a la sombra de aquel relato políticamente correcto. Esta suerte de refrescante
revisionismo histórico jamás será perdonado ya que muchos actores tuvieron la
obligación de correr sus velos a propósito de sus propios intereses del pasado,
situándolos en un cuello de botella que ni siquiera la dignidad del suicidio
enaltecería. La solución escogida por estos fue huir hacia delante, disparando
las mismas balas que durante treinta años aseguraron reprobar.
Otro elemento que resultó inexcusable e
inaceptable para dicha mass media fue el cambio de paradigma político,
económico y social. Esto es, revalorizar el rol del Estado como agente
motorizador del desarrollo y del bien común colocando a la economía bajo la
tutela política y no a la inversa como inercia y determinismo dominante. De ese
modo supo emerger una oposición, banalmente autodefinida como republicana, tan
canallesca como caníbal debido a dos elementos que se aunaron bajo el formato
del odio
- Verse obligados a defender posicionamientos
individuales y corporativos sobre la base de una suerte de resignación y hado
feudal
- Exponerse ante un archivo histórico que no
deja lugar a dudas desde dónde se habla cuando de libertad y derechos se trata.
Hasta dónde entonces somos lo que decimos ser
y hasta dónde creemos que tiene efecto lo que pretendemos hacer creer... En
ambos casos los intereses de una corporación oligopólica son determinantes en
los comportamientos individuales de sujetos que durante años mostraron un deber
ser, hoy por hoy, insostenible y ciertamente sospechoso. O nunca fueron lo que
dijeron ser o nunca dijeron lo que realmente son. Poco importa. Ya no hay
retorno. El debate político, el grito, el trapo, lo real y lo simbólico hacen
que las sociedades y sus protagonistas se reconozcan, en ocasiones con la
tristeza de algún hallazgo inesperado, en otras con la firmeza de comprender
que el error forma parte del camino, un camino que aprendimos a construir
andando. La política produce rituales y es hija de rituales que por pudor no
desea analizar, sostiene Horacio González.
Néstor Kirchner fue factor y esencia de esa
construcción; sentimiento y correlato colectivo que no se rinde ante la
adversidad, que no se dobla ante la amenaza y las operaciones corporativas, que
no se deja amedrentar por la reiteración del embuste y la mentira.
En la histórica jornada en la cual Néstor
Kirchner hizo bajar los cuadros de los genocidas Videla y Bignone colgados en
las paredes del salón principal del Colegio Militar de la Nación muchos
entendimos que nadie desde el Estado, hasta ese momento, se había interesado
con marcada seriedad por el tema de los Derechos Humanos, advirtiendo que el
éxito popular que había tenido la dictadura militar se encontraba muy
claramente definido en la existencia y exposición de esas dos imágenes en una
entidad estatal, educativa y formadora de jóvenes. Poco tiempo después, al
inaugurar el Museo de la Memoria en la Escuela de Mecánica de la Armada, en
un recordado discurso, el extinto ex Presidente pidió perdón a las
víctimas de la represión por los últimos veinte años de claudicaciones. Esto
molestó y fijó una divisoria de aguas definitiva con aquella burguesía que
estaba muy complacida con el placebo institucional edificado 20 años atrás, que
si bien juzgó a los Comandantes hizo todo lo posible, a partir de la sentencia,
para detener la historia a como de lugar, instalando la teoría de los dos
demonios y el falso concepto de “guerra sucia”. Kirchner, en ese momento, estaba
anunciando una suerte de declaración de principios, base fundacional de su
política sobre DD.HH. De ningún modo estaba agrediendo al ex mandatario Raúl
Alfonsín, tal como fue interpretado su discurso por cierta progresía mediopelo.
Como afirmara Eduardo Galeano, había comenzado un diálogo entre dos
silencios. El Presidente en ejercicio sólo relató los eventos tal cual
sucedieron, haciéndose cargo, poniéndole el cuerpo a un sombrío dilema
histórico / ético desde un Estado cuyo comportamiento fue ciertamente cobarde,
sinuoso y acomodaticio.
A partir de allí el progresismo liberal lo
escogió como su enemigo preferido, debido a un doble temor: primero a ser
descubiertos en su esencia colaboracionista de aquellos años, muy bien
mimetizada y travestida luego del desaguisado castrense en Malvinas; segundo,
la potencialidad de que este hombre, a partir de ahora, abriría una caja de
Pandora judicial advirtiendo la identidad de los civiles que construyeron
carreras, poder, fortunas y negocios a partir de las torturas y en las
parrillas de los campos de concentración, terminando dichas tramitaciones en
las escribanías y en los estudios de abogacía más selectos del país.
Por izquierda y por derecha Kirchner supo
desafiar e incomodar, supo obligarnos a segundas y terceras lecturas, supo
interpelar nuestras inconformidades, y ya nadie volvió a ser el mismo. “La
pasión política como señora del juicio intelectual y moral, como reina de la
crítica” esbozó el mismo Horacio González por aquel entonces. Los falsos
prestigios cayeron tan velozmente como las verdades absolutas, los bronces
éticos se embarraron con la tierra agusanada de las fosas comunes y todo lo que
estaba cobijado con diarios made in papel prensa comenzó a borronear sus
titulares, copetes y editoriales. Así las cosas; mientras la derecha, desde el
living de Susana y la mesa de Mirtha, hablaba de la necesidad de eliminar la
pobreza y apostar por la equidad, la izquierda dogmática firmaba ensayos desde
el máximo oligopolio comunicacional bebiendo un rico espumante importado con
uno de los propagandistas más notorios de la dictadura. “Al igual que en
1945, mientras el 17 de octubre el pueblo expresaba sus necesidades y derechos,
la izquierda tradicional paseaba a Lenin por la coqueta y porteñisima Avenida Santa Fe con música de Esteban Echeverría y
letra de Bartolomé Mitre”. (Juan José H. Arregui)
“Cuando voy a sentarme advierto que mi cuerpo
se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse adonde yo me siento. Por eso es
muy posible que no asista a mi entierro, y que mientras me rieguen de lugares
comunes, ya me encuentre en la tumba, vestido de esqueleto, bostezando los
tópicos y los llantos fingidos”. Oliverio Girondo
Sospecho que algo de lo poetizado por
Oliverio Girondo habrá sentido Néstor aquella siniestra mañana del 27 de
Octubre. Por suerte la enorme figura de Cristina estaba a su lado, dándole el
más complicado de los besos: el último; tomando la posta, sentenciando que ni
un paso atrás era posible, entendiendo que la vida es un mesurado promedio de
sinsabores, advirtiendo que la historia se va construyendo tanto por acción
política concreta como por recuerdos y legados.
“En cierto sentido por más larga que sea la
vida de una persona, es siempre demasiado corta. Esto es, porque parecería que
tuviésemos capacidades estéticas e intelectuales infinitas que justificarían
nuestra prolongación en la vida eterna. Sin embargo, algunas veces tengo la
sensación de que el tiempo en sí mismo nada significa, y que cualquiera que
haya vivido una vez está, en algún sentido, siempre vivo. La inmortalidad es
una especie de estado sin tiempo”. (A. J. Toynbee)
"El Presidente en ejercicio sólo relató los eventos tal cual sucedieron, haciéndose cargo, poniéndole el cuerpo a un sombrío dilema histórico / ético desde un Estado cuyo comportamiento fue ciertamente cobarde, sinuoso y acomodaticio".
ResponderEliminarMas claro tirale un balde de agua