PERIODISTAS E INTELECTUALES
por
GUSTAVO MARCELO SALA
(colaboracion especial)
www.lasbalasdelcampanario.blogspot.com.ar
Según afirmó
Paul Groussac “el programa del hombre que vive para pensar, sobre todo en estas
sociedades embrionarias y entregadas al afán material, comprende desde luego la
abstinencia del placer y el olvido del aplauso frívolo, que la opinión vulgar
sólo tributa al que se le parece, quien se preocupa de lo que pasa no es digno
de lo que dura, y el desdén del éxito es el principio de la sabiduría”,
mientras que pocos años después Horacio Rega Molina sentenciaba “el que rompa el
silencio, tendrá que hacerlo con una palabra maravillosa”.
Algunos
periodistas, políticos, analistas e intelectuales argentinos deberían brindar y
a la vez levantarle un monumento a la corrupción o cuando menos a la mitad de
la corrupción existente - la pública por supuesto, la privada como bien
sabemos, no es tema de cuestionamiento social-
El
protagonismo personal en sus distintas actividades deriva de ella, ocultando de
manera escandalosa que las usinas informativas denuncistas ostentan largamente
más vergüenzas que bondades. Mueve a risa, o no tanto, que el periódico de Mata
haya sido en su momento quien más operó en las denuncias contra la recientemente
juzgada Felisa Miceli. Esto no implica de mi parte licenciar las
responsabilidades de la ex Ministra de Economía, me refiero a ese doble
estándar que tanto mortifica al condenado cuando de justicia se trata, primer
síntoma que visibiliza un estado de derecho enfermo, una sociedad colosalmente
hipócrita.
¿Le conviene a
ciertos individuos que no exista la corrupción? De ningún modo, ya que se
verían obligados a pensar en términos políticos. Tal ausencia debería
comprometer sus análisis en notas y
editoriales donde deban expresar y potenciar sus visiones sobre el mundo. De
modo que cuando no existen casos impactantes de corrupción pública bueno es
inventarlos de lo contrario muchos de estos actores mediáticos deberían
dedicarse a romper el silencio con palabras maravillosas o en el peor de los
casos a quemar sus naves y días tejiendo crochet.
Como en la
formidable película española dirigida por Mario Camus, me refiero a los Santos
Inocentes, el establishment, a fuerza de trazos gruesos (colonización cultural) manipula la voluntad de seres humanos que ni
siquiera sospechan que lo son. Tipos que se observan a sí mismos como leales
justicieros, prestos recolectores de los cadáveres que siembran en el campo las
certeras y poderosas escopetas de las corporaciones.
Hoy tiene
mayor valor simbólico, desde el punto de vista ético, un indecoroso y
censurable manotazo de dineros públicos que un sistema de escuchas en donde se
intenta vigilar a opositores, empresarios, delegados gremiales y hasta propios
familiares. ¿Acaso no alcanzan a percibir nuestros intelectuales del
establischment la enorme diferencia que existe entre ambas cuestiones?
Desestimar los gradientes no deja de ser un insulto a la inteligencia.
Nuestras
estrellas mediáticas, ungidas por una sospechosa aura de inmunidad, se
presentan como parafiscales con el sólo objeto de condenar al antagonista político
so pretexto de cuestiones que bien podrían desempolvar dentro de sus ámbitos
corrientes. Pero esta no es su tarea. Su razón de vivir es recoger los cuerpos
de los oponentes vencidos.
Como describió
José Pablo Feinmann, Heidegger y su inteligencia no podían ignorar en 1932 que
Auschwitz se estaba gestando mucho tiempo antes de su tangible construcción.
¿Sabrán nuestros intelectuales del establishment qué es lo que se está
gestando? ¿Intuirán para qué personeros están desplegando sus enormes talentos?
A contrapelo
del sentido común no creo que sea una simple cuestión de dinero. Esas mismas
cantidades las podrían ganar de otro modo. Existe algo superior en la
individualidad de estos sujetos y esto tiene que ver con ese supuesto grado de
pertenencia social que incluye un desprecio sanguíneo a todo aquello que se
manifieste colectivamente. En una sociedad horizontal y democrática, en donde
todos somos protagonistas, no hay estrellas, no hay vedettes, de modo que no
existirá la lisonja del aplauso frívolo del que nos habla Groussac. Y para
dicha lisonja no existe nada superior que el sentido común y el análisis
vulgar, como quién orejea una baraja marcada. Se corre tras el éxito
inquisidor, facilista, abandonando de plano el principio de la sabiduría.
Se afirma que
la corrupción pública mata, cosa que en ciertos incisos estoy de acuerdo, pero
también mata la corrupción privada, el delito de guante blanco, público y
privado, matan las políticas que atentan contra la distribución de la riqueza,
matan los siniestros mensajes levantiscos, mata la ausencia de una justicia
para todos, mata la calumnia, la mentira, la injuria. Uno mata cuando nada se
hace al ver que un asesino prepara su celada... Se mata de muchas maneras en una
sociedad. Claro está, exceptuando a la corrupción pública, las restantes no
cuentan con las codiciadas credenciales para la obtención de un lugar destacado
en el firmamento inquisidor.
Entonces
¿Interesa la muerte cómo tal? No observo que se rasguen las vestiduras por esos
asuntos aquellos que son patrocinados por Cariglino, menos aún los que trabajan
para el oligopolio cuyas manos conservan notorias manchas de sangre y ni que
hablar sobre los que a tambor batiente, desde sus tribunas de doctrina, elevan
apologías a favor de los dictadores y sus cómplices de turno.
El
neoliberalismo de la segunda década infame mató, pero no por la corrupción como
nos quieren hacer creer algunos especuladores; ejecutó a millones de ciudadanos
a través de sus políticas exclusivas. Nada se debatía al respecto, los
bienpensantes de hoy sólo se entretenían con cuestiones tan menores como
insustanciales.
Alguna vez
Borges en charlas privadas con Ulises Petit de Murat afirmó de Macedonio que
era un hombre gris y mágico que se había entregado, único en su siglo, a la
rara ocupación de pensar... y agregaba luego que una persona que desprecia la
vida intenta adueñarse de la nuestra...
Los profetas
del odio – devenidos en intelectuales mediáticos – lejos están de espíritu
altruista de Macedonio, desprecian la vida y en consecuencia ese desinterés
humanista impacta directamente en la consideración que tienen por el destino
del resto de la sociedad. Pretenden adueñarse de nuestros deseos y elecciones
por medio de sofismas y embustes, nos consideran feos, malos y brutos, nos
quieren convencer que nuestra única opción de vida es ir por los cadáveres (en
definitiva nuestros propios cadáveres) de aquellos pobres pichones ejecutados,
esqueletos que dejan sobre los campos las infames balas de las corporaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario