por
Carlos Madera Murgui
La humana
tendencia de responsabilizar a los otros del destino personal, no nos invita a
reflexionar sobre las causas de los sufrimientos sobre trabajos, destinos,
amores, familias, amistades , ni siquiera la repetición de errores sobre un
mismo tema. Consideramos en forma permanente como el momento más duro que no ha
tocado vivir,…… nunca nos ha pasado.
Para
reafirmar certezas nos mantenemos en la sentencia de que la mayoría de los
seres que nos rodean , son malvados, pergeñan acciones en nuestra contra, con
la sola intención de hacer mal a otro, cosa muy de hoy.
Acertado
será también preguntarse, que mágica buenaventuranza propicia a algunas
personas para que vivan en pacífico equilibrio sus lazos familiares, sociales o
de trabajo ¿ son elegidas? ¿tienen suerte? . La lotería del buen vivir es una
apuesta diaria en la que se invierte la mejor voluntad. Señalamos a los
culpables, desde la esposa, el marido, los hijos , hasta el jefe del trabajo,
los compañeros , los empleados del negocio, los proveedores , derivando por
supuesto en el intendente, el gobernador y la presidenta. Cargan , estos, con
todas nuestras dolencias de espíritu y por supuesto con nuestra variada
ventura. No alivia ni desahoga, por el contrario , nos descalifica ante quienes
escuchan nuestras quejas, al razonar que solo recibimos lo que merecemos.
En un
país propenso a dejar las culpas afuera, llegó la hora de que cada uno se haga
cargo de sus desatinos, enumeremos cuánto de propia y exclusiva ineficiencia,
desidia, distracción, negligencia o desinterés decide lo que nos ocurre. No se
trata de hechos puntuales, sino que abandonar un derrotero vital a la decisión
ajena, revela cierto penoso descuido. Si las experiencias son intransferibles,
aprovechemos las vividas para delinear nuestro presente. En todo sentido
reconocer la sensatez de nuestros defectos como nuestras virtudes, nos definirá
como diseñadores absolutos de nuestras alegrías. Estas últimas las podemos
construir,…… los problemas deberemos enfrentarlos. Los tiempos del hombre y los
grupos humanos marcan un itinerario casi previsible. A los veinte años todos
ponemos nuestra fuerza en crecer y darle aire a nuestras metas y ambiciones y a
quienes tenemos alrededor. Después de un tiempo, nos hacemos ciertamente
conservadores, no aceptamos innovación alguna, somos guardianes de todo lo
hecho y conseguido. No permitimos que nadie cambie nada. El que lo pretende,
(aquel joven como nosotros hace muchos años) , subvierte y no respeta ,(
decimos), los valores establecidos por la sociedad, deberíamos hacer algo por
restablecer esos valores. Nos cuesta comprender a los jóvenes, hablo como
sociedad, no aceptamos sus costumbres, sus códigos, su literatura, su música, sus
pensamientos, ahora que votan, mas aun. Paradójicamente , clamamos por renovación
en todos los ámbitos , como si los años, muchos o pocos fuesen garantía de
algo. La fuerza que brinda la experiencia es necesaria siempre y cuándo , no
consideremos eterno e intocable lo que hemos vivido. Entre que la culpa siempre
la tiene alguien, que nunca somos nosotros, más esta juventud que no piensa en
nada y no sabe lo quiere, más……… en mis tiempos no pasaba ,…….. son todos unos
delincuentes ;…… vivimos el tormento diario de no intentar ser felices de
ninguna manera.
Vivamos
lo que sentimos , haciéndonos cargo de lo que nos toca, esto no quita de forma
alguna la saludable virtud de decir lo que uno piensa.
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