A fines de la década del sesenta, el
neurólogo Oliver Sacks experimentó en Estados Unidos con pacientes que
sufrieron encefalitis letárgica la droga L-dopa. En un principio, los
resultados fueron positivos, pues los pacientes dejaron su estado catatónico y
recuperaron gran parte de sus funciones. El clima de satisfacción que se
experimentó en el hospital Beth Abraham de Nueva York, era similar al que por
estos tiempos intenta transmitir el oficialismo político, económico y
mediático, que luego de más de un año de haber inducido al país en una
recesión, finalmente pudo anunciar que la economía creció 2,7 por ciento en el
segundo trimestre y 1,6 por ciento en el semestre, la industria un 2,5 por
ciento, el empleo aumentó 1,6 en la medición interanual de junio, y el consumo
privado 3,8 por ciento en el primer semestre.
Esas cifras son en relación a 2016, en
el que se experimentó el resultado de las medidas recesivas que desplegó la
alianza Cambiemos, por lo que muchos analistas lo definen como “rebote
estadístico”, mientras que el mismo Indec oficialista asegura que ninguna de
esas subas alcanza a situar a la economía en el nivel en que se encontraba en
noviembre de 2015, cuando incluso la población era como mínimo un 2 por ciento
menor. Sin embargo, el argumento del gobierno y sus voceros, amplificado en la
actual coyuntura electoral, es que más allá del nivel de crecimiento ya se
puede observar el cambio de tendencia gracias a la dura medicina aplicada en el
primer año y medio, lo cual marca el inició de un ciclo de crecimiento
sustentable, que, según el ministro Nicolás Dujovne sería de “20 años.
La historia de Sack, magistralmente
retratada en la película “Despertares”, empezó a tomar un rumbo diferente
cuando se evidenció que se necesitaban dosis crecientemente mayores de L-Dopa
para que los pacientes no pierdan sus funciones motoras, pese a lo cual
igualmente involucionaban.
De algún modo, la medicina neoliberal
que está permitiendo esta tibia y heterogénea recuperación, es denominada
endeudamiento, basada en la necesidad de solventar los crecientes pagos de
intereses por la misma deuda, el déficit fiscal primario por reducciones
impositivas al capital concentrado y la apertura importadora.
El endeudamiento tiene como uno de sus
objetivos solventar el creciente déficit fiscal financiero, que según la
Asociación Argentina de Presupuesto entre enero y agosto sumó 283.045 millones
de pesos, un aumento del 145 por ciento en relación a igual período de 2016.
También sirve para cubrir el declive de la balanza comercial, que en ocho meses
sumó un déficit total de 4498 millones de dólares de acuerdo al Indec, luego de
años de superávit.
A favor de Sack, quien finalmente debió
interrumpir el suministro de L-Dopa, puede decirse que su tratamiento era
experimental, lo cual no sucede con el aplicado por el actual equipo económico,
pues el resultado del megaendeudamiento para cubrir déficit fiscales y
aperturas importadoras terminó de forma catastrófica en otras experiencias.
Pero por sobre todo, que sus pacientes
catatónicos tenían poco para perder, a diferencia de la Argentina de 2015, que
según el gobierno macrista en el prospecto que entregó para la emisión de bonos
dirigidos a obtener financiamiento para claudicar ante las demandas de los
fondos buitre, definía al país como una “tierra de oportunidades”, con “una
relación deuda/PIB del 13 por ciento”, “menos del 6 por ciento de
desocupación”, “una infraestructura bien desarrollada” y “una economía
robusta”.
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