Usted, vecino dorreguense, conoció a Juan Amestoy?
Nos reuníamos
clandestinamente en la chacra de Juan Amestoy me relataba Ómar Milano. Ahí se
tramaron muchas operaciones de la Resistencia, diseñando el camino seguro para
sacar del país a gente de todo pelaje que estaba en peligro. Muchos de los
exiliados de la Universidad Nacional del Sur pasaron por Monte hermoso y
Guisasola camino a Tres Arroyos transitando senderos de huella, en el mejor
caso de tierra... Juan Amestoy supo ser concejal en Coronel Dorrego de Nírido
Santagada, su chacra estaba a unos 5 km. al SO de José A. Guisasola. Por
razones que no escaparán a su buen criterio, siempre fui allí de noche....
Solían participar de esos encuentros el "Tano" Curzi, Intendente de
Punta Alta de la Alianza Popular Revolucionaria y luego del Partido
Intransigente a partir del 83, el "Panadero" Moscoso, también de
Punta Alta, el Dr. Juan Vera de Bahía Blanca (ex embajador en Méjico en épocas
de Frondizi), el propio Santagada, estaban el Albañil y el Chiquito, cuadros
que también habían trabajado políticamente con Santagada, además imposible
olvidarme del viejo Gasista y su hijo el Plomero. Como verá amigo Sala aún
conservamos los reflejos de la clandestinidad y así como siempre me siento de
frente a la puerta y con la pared a mi espalda, también sigo protegiendo a los
compañeros. Jorge Julio López nos mostró que el enemigo no ha desaparecido,
está por ahí agachado entre los pajonales, esperando una nueva oportunidad.
Está bien que ya somos todos unos viejitos inofensivos, pero con
experiencia....
Esta una
historia de héroes, militantes comprometidos que la mass media vernácula ha
decidido invisiblizar tomando de ellos sólo esa cuotaparte que admiten como
potable. El Juancito Amestoy Presidente del Club Progreso de Guisasola, buen
vecino, colaborador de las instituciones, altruista y generoso. Hombre humilde,
honesto y siempre dando una mano a quien lo necesitaba. Ese contaba y cuenta
para nuestro establishment evocativo. El Juancito Amestoy valeroso, corajudo, que
jugaba su pellejo y el de los suyos en tiempos en donde las mayorías
dorreguenses festejaban sus bonomías en las parroquias y en las fiestas
campechanas, en donde el Rótary y la Sociedad Rural exhibían sus pornográficos
manjares con tonos bermellón, apropiándose de cuanta vida y bienes pudieran,
ese Juancito revulsivo y contestatario no tiene lugar en nuestra historia. Su
chacra oficiaba como parada obligatoria de un vía crucis sospechosamente
inexorable. No eran soldados del emperador los que rodeaban las desventuras de
sus transeúntes, eran ejércitos adiestrados por la CIA, gerenciados por un
suprapoder omnímodo, cancerberos de un Hades que venía a instalar la muerte
como savia salvadora. Aún así, y a pesar de los déspotas, nunca torcieron sus
fundamentos y convicciones. A pesar del terror, del pánico y de las propias
debilidades individuales. En definitiva salvar vidas era el objetivo militante.
Cuidándose de vecinos perversos y colaboracionistas, buchones, correveidiles,
charlatanes y voyeristas oficiales, o simples curiosos de verdulería prestos al
chimento descolgado y prejuicioso. En
ese contexto aún tenemos testigos de aquellas épicas nocturnidades. La maldad
de los hombres les ha enseñado que nunca se sabe en donde se esconde el
traidor. Sus testimonios nos resultan valiosísimos para comprender los alcances
del plan orquestado por la última dictadura cívico-militar: El exterminio de
los mejores cuadros políticos e intelectuales que nacieron y se desarrollaron tras
los bombardeos del 55, la revolución fusiladora, la proscripción del peronismo,
la revolución cubana, la explosión liberadora en África y el mayo francés...
“Veo Sala que
usted es de Guisasola y que suele escribir sobre estas cuestiones de los
setenta. Le quiero contar sobre él y sobre algunos compañeros que tuve la
suerte de conocer y frecuentar en el fragor que marcó la resistencia durante
aquellos años de dictadura. Le hablo de hombres sencillos y silenciosos, que
abrían las puertas de sus casas, sin hacer preguntas, de mujeres abnegadas que
siempre tenían una olla con sopa a cualquier hora, y mientras tanto tendían un
par de camas para los cumpas que se jugaban la vida. Veníamos de discusiones
previas donde algunos habían optado por la lucha armada, contra los que
opinábamos que eso nos llevaría a un desastre peor. Pero no era hora de
reproches ni de resaltar diferencias anteriores. El barco zozobraba y había que
rescatar a los náufragos. Se viajaba de noche, por caminos de tierra, había
postas, recambios, la salida había que organizarla, generalmente al Paraguay
primero, para pasar a Brasil, o a Brasil directamente, donde los cumpas que
emprendían el camino de "la beca" (los llamábamos "los
becarios") se presentaban en la oficina de la ACNUR en San Pablo, para luego
ya bajo protección de la ONU, con status de Refugiados, marcharan hacia algún
país de Europa que los estaría recibiendo. Eran todos militantes de base,
ninguno de "la pesada", tipos que habían quedado con el culo al aire
al pasar la cúpula de Montoneros a la clandestinidad. Le hablo de docentes,
estudiantes, catequistas, trabajadores sociales a los que les costaba
comprender "¿porqué a ellos?" militantes que solamente habían
cumplido con su vocación y su inquietud de ayudar a construir un mundo mejor a
favor de aquellos corridos e invisibilizados por el sistema. Es importante
reconstruir esa parte de la historia no contada, que viene a romper con el mito
de que "en la dictadura toda la sociedad" se quedó quieta. Mientras
como usted bien señala Sala, estuvieron los Juan Amestoy, y muchos otros más
que a lo largo y a lo ancho del país, articularon una red de contactos. En
nuestro caso el gran vertebrador y arquitecto, el cerebro detrás de esta
operatoria fue don Oscar Alende, y la estructura del Partido Intransigente, con
el Rafa Marino como una suerte de "oficial de operaciones" y miles de
silenciosos militantes. A nadie se le preguntaba de donde venía, si de más a la
izquierda o si de menos a la izquierda. Si se venía del Socialismo o de los
Grupos de Base de la Iglesia. Sólo era alguien que debía salvar su vida, y que
ponía su vida en nuestras manos (y nosotros en las suyas, ya que se corría el
peligro que se nos infiltrara algún servicio). Afortunadamente no sucedió nada
de eso. Y muchos siguieron y siguen su vida sencilla. Algunos en la militancia
activa, otros retirados. Otros como Juancito allí, dejando huellas de su
capacidad y su hombría de bien en sus respectivas comunidades, sin que la
historia (hasta ahora) haya descubierto esa otra facetas, impronta tan
enaltecedora como las que se le conocieron públicamente. Le confieso Sala que
muchos seguimos utilizando nuestros nombres de entonces, y a veces, al tocar un
timbre o un portero eléctrico, y ante la pregunta ¿Quién es? usamos alguna
contraseña de las conocidas.. Perdone que insista en no darle precisiones sobre
ciertos apellidos, no hace falta, cada quien sabe…
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ResponderEliminar"Mucha gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, en lugares pequeños, puede cambiar el mundo" (Eduardo Galeano)
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