A partir de la fuerza del derecho
por Carlos Madera Murgui #
Las memorias no quedan fijadas de manera definitiva,
sino que se transforman con el paso del tiempo. Las exigencias del presente o
el cambio de las condiciones que determinan su audibilidad y legitimidad, las
políticas de la memoria desarrolladas desde el Estado, entre otros factores,
pueden determinar modificaciones sustanciales en los contenidos de las
memorias. Días atrás, marzo 24, como cada año, un puñado, según el ámbito elegido, pero casi
común en mi pueblo, recordamos, conmemoramos, sufrimos, valoramos, puteamos una
vez más, sostenidos sobre las distintas valoraciones de aquellos sucesos y sus
efectos. La transformación de los discursos y prácticas estatales vinculadas
con el pasado dictatorial y sus consecuencias, se focalizaron en todo el país,
en esfuerzos acompañados desde siempre por las organizaciones de derechos
humanos, en la necesidad de vincular la
memoria de aquel pasado con la demanda de justicia. El golpe cívico-eclesiástico-militar
apuntalo el discurso de la guerra contra la subversión contrastando a la más
flagrante cómplice violación de los derechos humanos de la cual recuerde
nuestro país. En la última década, por
redondear, se alcanza un momento en que la centralidad de la cuestión de la
rememoración del terrorismo de Estado aparece plena de renovados y valientes
cuestionamientos. Se han plasmado en la institucionalización de algunas prácticas
conmemorativas, no estatales, sumamente importantes y en decisiones de alto
valor simbólico que buena parte de la sociedad considera la etapa dictatorial
de manera impactante, ante el procesamiento de experiencias fuertemente
traumáticas. Esta cultura de la memoria ha modificado definitivamente la
relación entre las representaciones del pasado y la justicia, ya que se vincula
con un proceso de reparación moral, jurídica y algunos o muchos casos, financiera
de la víctimas. La desaparición en diversas latitudes de comisiones estatales
destinadas a establecer las responsabilidades de los involucrados en delitos de
lesa humanidad y la comparencia ante estrados judiciales nacionales e
internacionales de instigadores y ejecutores parece haber entrado en terreno cenegoso.
Los “lugares “de la memoria, son cimentados con todo vigor por quienes
todavía recuerdan o esperan, en el
señalamiento simbólico donde vivieron víctimas, construcción de monumentos o
espacios vinculados, la represión ilegal. Hay también sectores con representación que
tratan de cambiar, como si la función y la forma de un lugar borrara la memoria
o le quitara materialidad a la misma. Este programa seguirá en su comienzo
pidiendo por la instalación del monumento o el recuerdo a los asesinados por el
terrorismo de Estado en la plaza central de Coronel Dorrego. Es una deuda invisibilizada por años, se me ocurre sostenida por
distintas valorizaciones de aquellos sucesos y sus efectos. Este año la conmemoración
oficial continuó con una modalidad de visitar el monolito del vivero municipal,
que sirve de paso para que muchos dorregueros se enteraran, que era ese
pedacito de cemento con una placa y varios nombres grabados que, ojala no corra
peligro, con la modernidad política de nuestro pago, tan proclive a la
negación. Otras conmemoraciones no oficiales siguen machacando sin privarse de
difundir con el consabido componente político que amerita la fecha; este año con escasa, como siempre,
concurrencia y ante la falta de una comisión por la memoria lugareña que
aglutine la recordación de los sucedidos. La memoria, recordación y lucha por
una verdadera justicia, se convierte en autentico homenaje de vida para
nuestros muertos, eso es más perdurable que cualquier monumento ante la mutación
de ciertos discursos y hechos vinculados. El pasado dictatorial sigue haciendo
sentir sus efectos hasta hoy; no existe una perspectiva uniforme en el conjunto
de la sociedad que restablezca a los derechos humanos como uno de los
fundamentos centrales de la legitimidad democrática. La visibilidad y
relevancia se modificaran inevitablemente con el paso del tiempo, pero mientras
algunos con coincidencia generacional nos acordemos de nuestros hermanos
asesinados no ocurrirá. La práctica
académica y la rigurosidad de los historiadores sigue y seguirá siendo no
comparable con la memoria y el dolor social. El “deber de memoria” en el compromiso de la
difusión del recuerdo de lo sucedido, a fin de evitar el olvido se convierte en
una obligación moral que excede a víctimas y afectados. Nuestro estilo
comunicacional, lejos de un discurso cuasi escolar, trata desde hace varios
años de enfrentar la muda realidad, tarea no sencilla intentando instalar
comprometidas opiniones, por comprometidas y por opiniones, en un amplio arco
de voces, la mas de las veces
confrontadas, en el menú ideológico-político, con mutaciones y desvíos que nutre nuestra
democracia que disputamos, disfrutamos y valoramos a partir de la fuerza del
derecho.
# Conductor "Dorrego Despierta" de lunes a viernes de 7 a 9 por LaDorregoAM1470.
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