miércoles, 12 de julio de 2017

el proyecto debe limpiar la sociedad....
por Carlos Madera Murgui #


Resultado de imagen para proyecto macrista


En la actualidad existe un acuerdo discursivo sobre el modelo político en el que el sistema

mundial se asienta y sostiene, entendiendo que el sistema republicano y democrático es

aquel que nos posibilita –con todas sus falencias– convivir con nuestras diferencias, en las

sociedades contemporáneas.

Difícilmente algún dirigente político pueda sostener públicamente que crea o promueva un modelo en el que no quepamos todas y todos, mucho menos aún que se explicite que algunos sectores de la sociedad deben ser dejados afuera, aunque con la llegada de Trump se haya iniciado un nueva era en la que los discursos políticos no buscaran el empeño de lo políticamente correcto. En estas latitudes, aún se sostiene que se busca la felicidad total, y una parte importante de la ciudadanía confió o apostó en aquellos que prometían el fin de una sociedad dividida y convidaban cuotas de esperanza a base de viejas recetas y globos de colores.
Más allá de la extracción social y política de quienes se ofrendaban, con pocas palabras, como los protectores de la república, lo cierto es que aquel discurso caló a lo largo y a lo ancho del país, y atravesó clases sociales.
La felicidad, sin embargo, no llegó. Parece que si bien puede ser de muchos –aunque por ahora es sólo patrimonio de pocos– resulta imposible que sea de todos. 
Uno podría clasificar los modelos políticos de múltiples maneras , simplificando de un modo ordinario el análisis, aparecen los que amplían derechos, es decir, otorgan más derechos a la mayor cantidad de personas; y  los que amplían derechos para unos pocos a costa de restringirlos a muchos otros. 
Explicitar el segundo proyecto social resulta políticamente incorrecto, por lo menos lo era, es por ello que para poder llevar adelante este programa político resulta esencial contar con que la opinión pública asienta, promueva y hasta reclame la restricción de derechos a ciertos no-ciudadanos, de modo tal que la dirigencia se vea obligada a actuar para complacer aquellas demandas.
De este modo, el poder de los medios tiene una incidencia central y protagónica en ciertas construcciones sociales que configuran actitudes de la mayoría de las personas.
Montándose en prejuicios históricos o coyunturales se articulan discursos plagados de inexactitudes que, a fuerza de la repetición, convencen hasta el más atento.
De repente, nadie duda que los empleados estatales son vagos y ñoquis, y que además todos son militantes políticos; que los investigadores del Conicet se dedican a indagaciones sociales retoricas pagadas por todos; que los inmigrantes indocumentados son los que utilizan nuestras facultades, nuestros hospitales, además de vender droga; que los piqueteros y militantes sociales realizan cada protesta porque quieren más planes –no trabajar– y porque los llevan punteros políticos;  que los adolescentes de 14 y 15 años son una de las causales fundamentales de la inseguridad en la que vivimos y así podríamos seguir enumerando las construcciones discursivas a la que nos someten a diario.
De ahí que cuando se restringen derechos, cuando se despiden trabajadores estatales, cuando se limita los servicios de salud y educación para extranjeros, cuando se criminaliza y reprime, cuando se propone modificar el código penal, bajar la edad de la punibilidad; eliminar programas sociales, se cuenta con fuertes consensos sociales para ello.
La felicidad no puede ser de y para todos. Para ello, el proyecto debe limpiar la sociedad, higienizarla y homogeneizarla.
Limpiar las calles de protestas sociales,  de extranjeros; limpiar la administración pública de la grasa militante; limpiar la Patagonia de gente ocupante; limpiar las universidades de estudiantes de países limítrofes. 
La felicidad requiere previamente un buen fregado y barrido de aquellos que nos empañan nuestra convivencia feliz. Para cada tarea de higiene social intervienen funcionarios de distintas competencias y poderes, siempre bajo la mirada complaciente, benévola o indiferente de una parte de la comunidad.
El efecto de esta desinfección es devastador para la impureza, pero además tiene un efecto diseminador y disciplinador para el resto de la sociedad. Mejor no milito, mejor no protesto, mejor acepto la reducción horaria, el cambio de turno, el trabajo en negro, cuatro blancas por 8 efectivas, tiempos idos y lo que parecía bien pasado en cualquier laburo.  
Debemos, gobernados y gobierno exclusivamente sin importar nuestras diferencias políticas y como una obligación ética, reconocer las conflictividades que existen. La debilidad de nuestro sistema democrático, ya no pensado como inestabilidad, sino como fragilidad en el aseguramiento de los derechos de todos, debe ser nuestra consigna de trabajo para nuestro futuro, el que construimos cada día, cada uno como puede.

# Conductor "Dorrego Despierta" de lunes a viernes de 7 a 9 por Ladorrego


No hay comentarios:

Publicar un comentario