lunes, 17 de julio de 2017

TAPA "Dorrego Despierta" lunes 17-07-2017

Los prisioneros ( sobre un ensayo de Eduardo Galeano
por Carlos Madera Murgui #




Resultado de imagen para pobreza e inseguridad





El Estado, que jamás va preso, asesina por acción y por omisión. Mientras la policía de los suburbios de Buenos Aires caza jóvenes como si fueran pajaritos, en la provincia de Misiones, el agua potable, contaminada por los plaguicidas, genera bebés con labios leporinos y deformaciones.
El dinero se propone gobernar sin intermediarios. ¿Cuál es la función que se atribuye al Estado? El Estado debe ocuparse de la disciplina de la mano de obra barata, condenada a salarios enanos, y a la represión de las peligrosas legiones de brazos que no encuentran trabajo: un Estado juez y gendarme, y poco más. De los otros servicios públicos, ya se encargará el mercado, y de la pobreza, gente pobre, regiones pobres, ya se ocupará Dios, si la policía no alcanza. Hoy la administración pública sólo puede disfrazarse de madre piadosa muy de vez en cuando, atareada como está en consagrar sus menguadas energías a las funciones de vigilancia y castigo. En el proyecto neoliberal, el poder se ocupa de la salud pública y de la educación pública como si fuera formas de la  caridad pública.
Mientras tanto, crece la pobreza y crecen las ciudades y crecen los asaltos y las violaciones y los crímenes. "La criminalidad crece mucho más que los recursos para combatirla", dicen. El crecimiento del delito se ve en las calles, aunque las estadísticas oficiales se hagan las ciegas, y desde los gobiernos  confiesan de alguna manera, su impotencia. Pero el poder jamás confiesa que está en guerra contra los pobres que genera. "La delincuencia crece por culpa del narcotráfico", suelen decir los voceros oficiales, para exonerar de responsabilidad a un sistema que arroja cada vez más pobres a las calles y a las cárceles y que condena cada vez más gente a la desesperanza y la desesperación.
Las cumbres irradian el mal ejemplo de su impunidad. Se castiga abajo lo que se aplaude arriba. El robo chico es delito contra la propiedad, el robo en gran escala es derecho de los propietarios: uno es asunto del Código Penal, el otro pertenece a la órbita de la iniciativa privada. El poder, que elogia al trabajo y a los trabajadores en sus discursos pero los maldice en sus actos, sin pudor alguno recompensa la deshonestidad y la falta de escrúpulos. La respetable tarea tiene por cómplices a los grandes medios de comunicación, que mienten callando casi tanto como mienten diciendo.   
Y mientras el poder enseña impunidad, esos grandes medios, y sobre todo la televisión, difunden mensajes de violencia y de consumismo obligatorio. Una reciente investigación universitaria reveló que los niños de Buenos Aires ven, cada día, cuarenta escenas de violencia en la pantalla chica. ¿Cuántas escenas de consumismo ven? ¿A cuántos ejemplos de despilfarro y ostentación asisten cada día? ¿Cuántas órdenes de comprar reciben los que poco o nada pueden comprar? ¿Cuántas veces por día se les taladra la cabeza para convencerlos de que quien no compra no existe, y quien no tiene, no es? Paradójicamente, la televisión suele trasmitir discursos que denuncian la plaga de la violencia urbana y exigen mano dura, mientras la misma televisión imparte educación a las nuevas generaciones derramando en cada casa delitos que vendan, y de publicidad compulsiva: en este sentido, bien podría decirse que sus propios mensajes están confirmando su eficacia mediante el auge de la delincuencia.

Las fábricas de opinión pública echan leña a la hoguera de la histeria colectiva, y mucho contribuyen a convertir la seguridad pública en obsesión pública. Se multiplican los asustados, y los asustados pueden ser más peligrosos que el peligro que los asusta. Para acabar con la falta de garantías de los ciudadanos, se exigen leyes que suprimen las garantías que quedan; y para dar más libertad a los policías, se exigen leyes que sacrifican la libertad de todos los demás, las estadísticas confiesan que los policías son, en proporción, los ciudadanos que más delitos cometen.

No sólo los vividores de la abundancia se sienten amenazados. También la clase media, y también numerosos sobrevivientes de la escasez: pobres que sufren el asalto de otros pobres más pobres o más desesperados. En sociedades que prefieren el orden a la justicia, hay cada vez más gente que aplaude el sacrificio de la justicia en los altares del orden: hay cada vez más gente convencida de que no hay ley que valga ante la invasión de los fuera de la ley.

Los presos son pobres, como es natural, porque sólo los pobres van presos donde nadie va preso cuando se derrumba un banco vaciado por los banqueros o cuando se desploma un edificio construido sin cimientos. Cárceles con presos amontonados, en su gran mayoría, son presos sin condena. Muchos, sin proceso siquiera. Continuamente, estallan motines en estas cárceles que hierven. Entonces las fuerzas del orden cocinan a tiros a los desordenados y de paso matan a todos los que pueden, con lo que se alivia la presión de la superpoblación carcelaria.  

¿Están libres los presos de la necesidad, obligados a vivir para trabajar porque no pueden darse el lujo de trabajar para vivir? ¿Y los presos de la desesperación, que no tienen trabajo ni lo tendrán, condenados a malvivir a los zarpazos? Y los presos del miedo, ¿estamos libres? ¿No estamos todos presos del miedo? Todos temen algo que perder,  aunque sea nada;  Estamos todos presos: los elegidos y los parias. Muchos antes de que los niños ricos dejen de ser niños y descubran las drogas caras que aturden la soledad y enmascaran el miedo, ya los niños pobres están aspirando pegamento. Mientras los niños ricos aprenden a jugar a la guerra , ya las balas de plomo acribillan a los niños de la calle.
Nacen con las raíces al aire. Entre la cuna y la sepultura. A cambio de la comida o poco más: venden chucherías en las calles, son la mano de obra gratuita de los talleres y los que tienen más suerte en comercios de otra clase, son la mano de obra más barata de las industrias de exportación, que fabrican zapatillas o camisas para las grandes tiendas. El mismo sistema productivo que desprecia a los viejos, expulsa a los niños. Los expulsa, y les teme. Desde el punto de vista del sistema, la vejez es un fracaso, pero la infancia es un peligro. 

La hegemonía del mercado está rompiendo los lazos de solidaridad y está haciendo trizas el tejido social comunitario. ¿Qué destino tienen los dueños de nada donde el derecho de propiedad se está convirtiendo en el único derecho sagrado? Se sufre la contradicción entre una cultura que manda consumir y una realidad que lo prohíbe.
Entre los que viven prisioneros del desamparo y los que viven prisioneros de la opulencia, están los que tienen bastante más que nada, pero mucho menos que todo. En estos tiempos de inestabilidad social, cuando se concentra la riqueza y la pobreza se difunde a ritmo implacable, la clase media vive en estado de impostura, simulando tener más que lo que tiene, pero nunca le ha resultado tan difícil cumplir con esta abnegada tradición. Está paralizada por el pánico: el pánico de perder el trabajo, el auto, la casa, las cosas, y el pánico de no llegar a tener lo que se debe tener para llegar a ser. Nadie podrá reprocharle mala conducta. La sufrida clase media sigue creyendo en la experiencia como aprendizaje de la obediencia, y con frecuencia defiende todavía al orden establecido como si fuera su dueña, aunque no es más que una inquilina del orden.  

Afuera está la calle donde ocurre el siempre peligroso, y a veces prodigioso, espectáculo de la vida. 

# Conductor "Dorrego Despierta" de lunes a viernes de 7 a 9 por LadorregoAM1470

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