por Carlos Madera Murgui #
Las experiencias económicas extremas muestran con
dramatismo el lazo que enhebra la vida de las personas con los grandes sucesos
de la historia. Los argentinos tenemos cientos de anécdotas del modo en que las
decisiones ministeriales de las últimas décadas trastocaron nuestra suerte. Con
el rodrigazo (Isabel) los dolientes se acuerdan seguro, muchas familias
perdieron un patrimonio atesorado laboriosamente, mientras otras, endeudadas pasaban a pagar
cuotas irrisorias. Con la tablita cambiaria ,(Alfonsin) unos pocos vivieron un
festín de plata dulce, al tiempo que otros veían quebrar sus empresas o perdían
sus empleos. Pero era solo el comienzo. Poco después vendrían la hiperinflación,
la confiscación de los depósitos bancarios,
la euforia y la desilusión de la convertibilidad, las cuasi monedas , el
corralito, las corridas bancarias, el default.
Desde mediados de los años setenta, fuerzas
impersonales e irrefrenables parecen desatarse y adueñarse del destino del
país: los precios suben, los capitales vienen y se van, el déficit amenaza con
desmadrarse, el dólar se vuelve una obsesión desesperante. Los más avezados
denuncian a los sectores dominantes; parecen que conspiran una y otra vez,
pagan asesores, manipulan gobiernos, imponen políticas. Las ciencias económicas
se fueron erigiendo en el país en el templo de la sabiduría.
A partir de la dictadura, empezaron a aparecer en
los medios los economistas, con centros de investigación, con asesorías a
militares y políticos desconcertados, mientras vacilaban otros saberes. Como
fuera, la prosapia económica se fue afirmando como una instancia sagrada o
misteriosa. Cuando el desplome de la convertibilidad se abrieron interrogantes
que habían estado clausurados durante años. Los ministros económicos en una Argentina, ya sea
con gobiernos militares o civiles fueron los más inestables de los
gabinetes, siempre. Otra novedad surgió después de años y aunque fuera
un fenómeno de larga data. La inflación se convirtió en el principal termómetro
de crisis económica y por ende política, hasta hoy. Entre 1945 y 1974, la media
de incremento anual de los precios se situó en torno del 28 por ciento, y estos
valores estuvieron por encima de los promedios de todo el mundo. A partir de
allí, con un espantoso endeudamiento dejó ya de considerarse un mal menor,
mientras los especialistas comenzaban a explicar, los gobiernos empezaban a
derivar potestades para resolverlo. Los economistas ya se convertían en una
profesión de Estado. Luego llego la convertibilidad, y lo que no muchos
recuerdan, se tomo la decisión en contra del Consenso de Washington, el FMI y
gran parte del empresariado. Fue el “éxito” de la medida el que le otorgó
poderosos aliados beneficiarios.
Gobernantes de diferentes épocas se han ocupado, años después claro, de
aclarar que las responsabilidades políticas no estuvieron acorde con la
situación. Sí, se nota y se recuerda, no se preocupen. En definitiva, los
economistas lograron consolidar una confianza por sobre la política, que los
autorizo a operar de modo incisivo y determinante sobre el cuerpo social, con
el aval y la complicidad de los gobernantes. Eso no los excusó de avanzar en la
incertidumbre, de escoger entre imperativos contradictorios, de provocar
consecuencias tal vez más graves que el mal que intentaban conjurar. En algo
hemos avanzado, las soluciones o los errores son políticos que toman los
gobernantes que supimos conseguir, no economistas impuestos por tapas de
diarios o corporaciones que “ patrióticamente “ prestaron sus funcionarios para
blanquear un poder, que todavía no es absoluto, pero al menos, el político es
quien marca la cancha.
# Conductor "Dorrego Despierta" de lunes a viernes de 7 a 9 por LadorregoAM1470
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