por Carlos Madera Murgui #
(sobre datos de un trabajo de Martin Rodriguez)
Tomando el Censo de 2010, entre la CABA y el GBA se juntan 12.801.364 personas, es decir, casi uno de cada tres habitantes de la Argentina (31%). La ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires integran un área metropolitana que resulta una de las tres grandes metrópolis de América Latina, junto a DF (México) y San Pablo (Brasil). Hablamos de nuestro AMBA (ciudad + conurbano). Y la provincia de Buenos Aires produce alrededor del 40% del PBI del país.
Según el imaginario
político promedio, en el Gran Buenos Aires vive el peronismo en su versión más
rústica: desde la primera concepción de obreros y cabecitas negras de los años
40, hasta la última de desocupados, piqueteros, punteros, redes clientelares y
la peor versión narrada del Estado: “los Barones del Conurbano”, un mito ya en
retirada pero que designa una suerte de feudalismo al que se llega en
colectivo. Esta visión omite un detalle masivo: en el Gran Buenos Aires vive
una amplísima (¿mayoritaria?) población de capas medias. Los Invisibles. Y otro
más: el caudillismo no es exclusivo de peronistas, como bien recuerda Manuel
Barge , ahí está la familia Posse, en plena reproducción.
En algún sentido, la
solución a esa macrocefalia argentina estuvo en la mente del presidente
Alfonsín cuando imaginó una huida, una fuga hacia adelante en plenos años 80,
fijando en Viedma el sueño de una nueva capital, una Brasilia fría a la que
viajarían primero los políticos, luego, obvio, los lobistas, los empresarios,
los amantes del círculo polar, las industrias del entretenimiento, y así.
Alfonsín se vio “rodeado” e imaginó otra cruzada hacia el sur, pero corta y
civilizatoria.
Llegamos a esta
década con una situación simbólicamente empatada: por un lado para cierta
mirada el Conurbano sigue concentrando esas peores versiones de todo (del
peronismo, de los pobres-delincuentes, del Estado clientelar y por el otro, una mirada “idealista” y
estetizante que invierte los valores y donde unos ven todo malo, ven todo
bueno. Un conurbano idealizado como contracara de la ciudad. Una fetichización
de la pobreza que contradice la concepción moderna simplificada en esta
oración: donde hay una necesidad hay un derecho.
Se puede rastrear el
experimento a cielo abierto que ha sido esta nueva “literatura del conurbano”
(una suerte de contragolpe narrativo hecho de experiencia e imaginación, desde
la sociología de Javier Auyero hasta la narrativa de Incardona) o también la
breve historia reciente del sindicalismo del conurbano (con su nueva
Panamericana industrial de 100 mil trabajadores, atravesada por la tensión
entre burocracias y clasismos inteligentes), o la proliferación de un “nuevo
sujeto”, ya hoy tomado para la chacota, que es el municipalismo de “intendentes”
en recambio enaltecidos como gestores de derechos de segunda generación. Sumado
todo esto a un proceso que se inició en los años 90: la conformación de
universidades públicas en todo el Conurbano.
La “moda del
Conurbano”, es decir, su fascinación antropológica, política, estilizada sobre
los “sectores populares”, puso en escena también un reflejo de asimilación: la
latinoamericanización de la porteñidad. Si el Gran Buenos Aires comenzó a vivir
el derrame del Estado, también la ciudad de Buenos Aires asimiló su integración
cultural, aunque sea de forma resignada: comparten el subsidio al transporte,
el subsidio energético, las tareas de recuperación de la cuenca
Riachuelo-Matanza. El concepto de Conurbano desplaza el centro a la periferia.
Es una inversión del 17 de octubre y el aluvión zoológico: supone un aluvión
estatal, de control, de orden y organización del centro a la periferia. Porque
hemos logrado una idea de gobernabilidad según este concepto que la crisis nos
dejó: gobernar la Nación es gobernar el Conurbano. Y esto tiene su fiesta
semántica: los municipios con agendas más complejas y la constitución de un
tipo de ideal social en torno al consumo y a “pertenecer a la clase media”. El
conurbano es el territorio de conquista de esa movilidad ascendente y del
recambio del sujeto peronista: no es obrero, es nueva clase media.
No hay comentarios:
Publicar un comentario