La activación de la calle (un susurro al oído)
por Carlos Madera Murgui #
por Carlos Madera Murgui #
(sobre lineas editoriales de Edgardo Mocca)
La movilización que protagonizan en estos días los partidarios de la
continuidad del rumbo que vino desarrollando el gobierno en estos últimos años
con las rectificaciones e innovaciones que sean necesarias se ha convertido,
más que en un episodio de campaña electoral, en un hecho político en sí mismo.
Los autoconvocados de barrios, plazas, lugares de trabajo, universidades,
centros de investigación científica, artistas y otros sectores, se mueven,
claro está, a favor del candidato del Frente para la Victoria, Daniel Scioli,
pero su iniciativa y las condiciones que la rodean le dan además otros
significados políticos.
El contexto de las manifestaciones es el de una nueva
vuelta del plan desestabilizador en el que el establishment viene trabajando en
todo este ciclo político. El resultado de la primera vuelta, inesperado para la
propia derecha, los convenció de que había llegado el momento de una nueva
ofensiva dirigida a lo que fue siempre su plan A: un estado de ingobernabilidad
provocado por un manotazo especulativo contra la moneda que provoque
incertidumbre y desesperación en amplias franjas de la población,
particularmente entre los habitantes de las grandes ciudades del país. La idea
es que una situación de descontrol económico sea el preludio de la política de
choque predicada por el neoliberalismo. Con eso se consigue su aceptación
social como mal menor y un escarmiento para cualquiera que piense en volver a
desafiar la agenda del orden conservador. Quien quiera seguir ignorando esta
matriz consciente y estratégica de los grandes desórdenes económicos y sociales
en las últimas décadas en nuestro país puede hacerlo, con el único
inconveniente de que la creencia en que estas crisis han sido fenómenos
naturales, necesarios e inevitables paraliza toda acción preventiva y facilita
el operativo cuyas graves consecuencias sobre nuestra sociedad todos conocemos.
En la primera fila de las primicias están la
megadevaluación de la moneda, la apertura de las importaciones y la quita de
subsidios al uso de los servicios esenciales, decisiones todas ellas que
provocarían distintos tipos de combinaciones entre un golpe inflacionario y un
fuerte parate de la actividad económica con sus inevitables secuelas en el
empleo. Se trata, sin duda, de una extraña oferta electoral, pero el caso es
que viene combinada con otros aspectos del juego político. El primero es que de
estas cosas hablan los tecnócratas, no el candidato que sigue llenando el aire
con suspiros de unión, alegría, reconciliación, con la clara consigna táctica de
no decir nada sobre la cuestión económico-social ni, en general, de ninguna
cosa realmente importante. Con lo cual las amenazas de los técnicos llegan a
oídos políticamente atentos y no a una buena parte de los ciudadanos. Otra
peculiaridad es que los anuncios de algo que no se sabe realmente si ocurrirá
están acompañados siempre de un diagnóstico catastrofista de la situación
económica argentina que la vida cotidiana de las personas no autoriza; el
reparo es menor porque los sabios de la tribu conocen leyes y datos que el
común de la gente ignora y que aseguran el desenlace anunciado. Es decir, el
ajuste que preparan no sería otra cosa que una consecuencia de la política de
la actual presidenta. La otra cuestión central de esta ofensiva política
desestabilizadora es que, en el caso de que ganara Macri, quedarían dos semanas
de gobierno de Cristina Kirchner, el momento ideal para desatar a las fieras de
la especulación.
Hemos hablado aquí sobre la cuestión de las formas.
Resumamos lo dicho, cuando la derecha habla de las formas de los gobiernos de
estos últimos años está tratando de demostrar que son posibles los cambios
reparadores y redistributivos sin conflictos que los acompañen. Para que tal
afirmación pueda tener algún anclaje, reducen el gobierno de una sociedad a dos
patrones exclusivos: la aptitud técnica y la decencia. Es decir la política
reducida a la técnica y a la moral. La técnica decide con el saber
correspondiente que es lo que corresponde hacer, lo que conocen los expertos
del establishment como quien conoce la ley de gravedad. Es decir no hay
intereses en juego y no son esos intereses los que construyen relatos que
llevan a esas decisiones. La moral del caso es una moral de reglas fijas que
son esencialmente instrumentales. Es decir, los funcionarios no van a robar el
dinero que es de los contribuyentes: una norma totalmente justa (a tal punto
que está incorporada al Código Penal), pero insuficiente. Porque, por ejemplo,
las políticas de endeudamiento con el gran capital suelen ser fuentes de extraordinarias
ganancias laterales para sus operadores, a lo que, en este caso, debe sumarse
la ruina social que produjeron esas decisiones de endeudamiento dirigido a la
especulación financiera y no a políticas de desarrollo productivo. El hecho
real es que ese discurso tecnocrático-moralista ha impactado fuertemente en un
sector de nuestra sociedad; un sector que incluye porciones de los grupos
sociales más beneficiados por las políticas económicas, sociales y culturales
de estos doce años.
Va apareciendo claro que es inevitable cierta fatiga
social ante la conflictividad política que acompaña necesariamente a los
procesos de transformación. Y que la fatiga no se debe exclusivamente a la poca
tolerancia anímica de algunos sectores sino a ciertas dificultades de los
propios protagonistas de los cambios para superar los lenguajes estereotipados,
la simplificación de la diferencia política y la carga de sectarismo que todos
los movimientos populares arrastran. La cuestión principal parece estar en la
innovación, o para ser más precisos en la insuficiente innovación
(insuficiencia que es necesariamente relativa y que sólo sale a la luz en
plenitud ante los resultados electorales). Esto es lo que ha captado la
publicística de la derecha: el deseo de innovación. Y lo ha resumido en la
palabra cambio. La promesa incumplible –por imposible y por falsa– es la de que
todo lo que se ganó se va a conservar y a crecer, pero haciendo las cosas de
otro modo, con respeto, en unión fraternal, con alegría.
Esta es la materia de la movilización popular de estos
días, la conversación sobre el futuro instalada en el lugar real y no en el de
simples eslóganes de campaña. Es una gran coalición social opuesta al ajuste de
los tecnócratas a favor de los poderosos. Como tal debe ser una etapa de una
acción más amplia, porque las presiones y la extorsión a la sociedad no van a
cesar, aun cuando el resultado favorezca al candidato comprometido con el rumbo
que el país asumió en 2003. Lo que se discute es cómo se deben distribuir los
recursos económicos, sociales y culturales para que Argentina pueda crecer como
una comunidad política estable, soberana y socialmente justa. De esto se está
hablando en la calle: de salarios, de empleo, de empresa que crece, de poder
adquisitivo que se defiende como un dato de justicia y también como el motor
principal de una economía orientada a la producción y la satisfacción de
necesidades sociales. Se habla de esto y de no regresar al pasado.
# Conductor Dorrego Despierta que se emite de lunes a viernes de 7 a 9 por Ladorrego AM1470
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