por Carlos Madera Murgui
Uno de
los elementos centrales de la concepción neo conservadora, ha sido el pretender
sustraer lo político de la sociedad, relegando las diferencias, el disenso y el
pluralismo al ámbito privado y generando una zona de vulnerabilidad dinámica
poniendo el énfasis en la defensa de los derechos individuales, es decir, de
las libertades “negativas “ que se suponen permanentemente amenazadas por la
búsqueda de la igualdad, propia de la
democracia. El poder y la autoridad del Estado debería disminuirse con una
economía flexible y competitiva, eso sí tendría que ocuparse de la seguridad
para garantizar la estabilidad social, pero relegando la provisión de bienes y
servicios eliminado políticas sociales, despropósito de estados modernos. La reducción
de los ámbitos de la política, la descalificación del necesario debate público,
degradan los instrumentos propios de la democracia, al intentar mostrar como
impotentes frente a problemas sociales, que es cierto , no todos ,distan de
resolverse. Estos aspectos figuran aún hoy, en la agenda de pseudos dirigentes
políticos en todos los ámbitos, quienes se presentan como la expresión suprema de
la transparencia y responsabilidad contra el accionar de otros partidos, no el
propio, exponentes de intereses egoístas, dicen ,y en donde cada uno de sus
miembros considera a los demás como medios para conseguir sus propios fines, agregan.
Es innegable que se produjo un serio deterioro de los instrumentos de
representación, tal vez consecuencia lógica de la individualidad, que ha
transformado en los últimos años, más mesianismo que ideas, y más marketing o
imagen, que capacidad. Nadie es elegido
para aprender en funciones, se supone que al ofrecerse ya sabe de que se trata.
Sí puede alegar experiencia adquirida en el ejercicio del cargo, cosa
obviamente se evaluara cuando lo concluya. Esto ha llevado a la formación
ultrasónica de dirigentes, o más justo y mejor expresado de postulantes a
diversos cargos a los cuales desconocen por completo, pero que la desconfianza
y el creciente malestar edificado por soluciones postergadas en el electorado
han conspirado hacia ello. Es bien cierto, que los partidos políticos no han
promovido la voluntad de democratización en sus propias estructuras, y operar
como verdaderas escuelas de civismo, y también son los verdaderos culpables de
la banalización de las estructuras de candidatos ofertadas a la ciudadanía, que
ve correr el tiempo de sus necesidades, mientras otros aprenden como debe hacerse y
actuar en consecuencia, pero luego de un buen lapso, claro. De lo que se trata
entonces, no es esperar de amanecer iluminado, hablo de uno y de todos, sino de
ampliar las estructuras participativas y dar canales de expresión adecuados a
organizaciones sociales, comunitarias, instituciones barriales y vecinales.
Cuanto más de una persona participa junto a otras en la acción, con miras a ciertos fines colectivos, tanto más
cobra conciencia de esos fines y se siente entonces más impulsada a trabajar
mancomunadamente para alcanzarlos. La democracia es un procedimiento ciudadano
sobre el que se basa un orden político, por otro lado es un espacio para
adoptar desde el Estado proyectos de transformación social, el único legítimo.
En los albores de un nuevo período democrático, también en nuestro partido,
deberíamos promover la substancia emergente de algo al menos auspicioso, que de
acuerdo, a nuestro tamaño y posibilidades concretas apunte al optimismo y la
esperanza de mejorar una inocultable modorra, fiel a nuestro tradicional perfil
conservador como comunidad, e introduzca otros horizontes por perseguir.
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